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La anulación de los contratos petroleros en el año 1963

Tras el "boom" petrolero, gris amanecer

sábado 23 de septiembre de 2023
Boom petrolero en Comodoro Rivadavia
Fin del "boom" petrolero. La ciudad había llegado a la cima de una gloria pasajera. Vista panorámica desde San Martín y Alsina. Foto Emma y Antonio Gea.
Fin del "boom" petrolero. La ciudad había llegado a la cima de una gloria pasajera. Vista panorámica desde San Martín y Alsina. Foto Emma y Antonio Gea.

El 16 de noviembre de 1963, el diario Crónica de Comodoro Rivadavia titula e informa desde su primera plana:
“Sorpresa en el país. Una hora antes de la medianoche, se anularon los contratos petroleros”. En efecto, el 12 de octubre ha asumido la Presidencia de la Nación el doctor Humberto Illia y cumple con lo prometido durante su campaña electoral, anulando los contratos petroleros, por considerarlos lesivos a los intereses del país.

Así, caen las vinculaciones que el Gobierno Nacional tiene con empresas que operan con anterioridad en el país, como Astra, shell o Esso, pero también se desvincula de las empresas que han llegado a partir de la firma de los contratos: Panamerican, Tenesse, Cabeen, Union Oil, etc. En su gran mayoría, las compañías norteamericanas se retiran del país, aunque unas pocas se radican aquí en forma definitiva.

Hay confusión al principio, pero de a poco el panorama se aclara hasta ofrecer una triste realidad: la de una economía deprimida luego de haberse “inflado” en forma engañosa. Cuál Macondo tras la salida de las compañías bananeras, aquel imaginario pueblo de García Marquez en la novela “Cien años de soledad”, Comodoro experimenta de repente el triste final de la fiesta, en la que los invitados se fueron sin agradecer:

“El griego Basilio Stahakis dormitaba sobre el mostrador de su Bills Bar al anochecer del domingo 25. Despertó de su ensueño únicamente para volver a él. Antes se vivía aquí –murmuró morbosamente- y este bar era un ejemplo. Hasta 20.000 pesos diarios entraban por la caja a fines de 1963. Hoy me firmaron una cuenta de 400 pesos. Stathakis –37 años, casado, dos hijos- dejó su vida de a bordo en 1958, atraído por la quimera. Al llegar a Comodoro, pagó por la esquina de España y Ameghino, 350.000 pesos de llave e invirtió otros 250.000 en vestir un lugar coqueto, que fascinó a los norteamericanos.

Hasta tal punto, que alguien colgó en sus muros una falsa copia del diario The Orleans Times, con un título estrepitoso: ´Bills Bar Burns 500 American Homeless´(El Bar Billis esquilma a 500 americanos sin hogar). Y casi era cierto, porque buena parte de los perforadores dejaron allí todo su sueldo, año tras año. Hubo ciertas consecuencias que Stathakis escudriñó en su calidad de confidente de los parroquianos: ´Decenas de yanquis se casaron aquí, libreta y todo, con chicas de cabaret. Uno de ellos, John Willkins, le dijo el sí a una copera famosa por su belleza, se llamaba Mabel. Ayer recibí una tarjeta de ellos. Están en Arabia Saudita, con sus dos hijos argentinos´. Pecos Bill, sobrenombre de Stathakis en Comodoro, aún espera la vuelta de los contratos. Por lo menos, unos meses más. Si no, partirá hacia Atenas”(1).

Con el apoyo del SUPE a lo que en su momento se considera la defensa de la soberanía nacional y la tenue crítica de otros sectores gremiales, la anulación de los contratos petroleros provoca en Comodoro un gran impacto, al observar el retiro de las compañías y la paralización de las oportunidades de trabajo:

“Todo se paró de golpe, asevera Crstiano Torres, un obrero que ayudó en las perforaciones de la Cabeen Corporation. Torres dijo después que había encanecido también de pronto en la Navidad de 1963: ´me quedé sin trabajo al día siguiente de la anulación y desde entonces puchereo´, fue el último pespunte de su queja. El lamento general sopla desde la esquina de Ameghino y Belgrano en un modesto local con piso de madera, sede de la regional de la C.G.T. Con el fin de los contratos, que pretendió ser una medida legal, nosotros pasamos a soportar un régimen de ilegalidad´, protestó Bernardo Gauna, tesorero.

En marzo pasado –del año 1964-, un millar de obreros desfiló por las calles de Comodoro Rivadavia en una ´marcha de hambre´, que enjuiciaba el despido de 142 asalariados de la compañía Metalúrgica Austral. Este espectáculo sombrío también es incomprensible para Ricardo Martins, secretario general de los metalúrgicos, porque el 43 por ciento del capital de la empresa es del Estado”(2).

Los vehículos abandonados por las compañías

Una última postal de la época será la de los vehículos utilizados por las compañías americanas que, tras haber amortizado largamente la inversión de los mismos, resuelven evitar el costo de su traslado a Estados Unidos.

La memoria popular dibuja el desdén del poder, en una escena que lastima y sobre la que hay varias versiones: las camionetas que los yanquis arrojan al mar antes de irse. Otras compañías optan por el enterramiento de los vehículos abandonados en una cava, en alguna zona de Santa Cruz norte. En todo caso, son varios los predios cercados por alambres, con vehículos arrumbados en su interior.

Los impuestos aduaneros impiden la venta y donación de los vehículos utilizados por las empresas extranjeras. Foto: Comodoro Rivadavia, sociedad enferma. Budiño, Lino.

 

El pueblo asiste atónito a esas imágenes. No prospera una intención de donar las camionetas a los hospitales de la zona, porque esto supone afrontar aranceles de importación y no hay acuerdo entre las compañías y el gobierno.

Se cierra así la época de los contratos, que nada dejan al pueblo, salvo los cristales rotos y la resaca de un triste amanecer:

“La verdad –sintetiza Marcial Paz, secretario general del gremio de la construcción- es que cuando se anularon los contratos, se pensó en la soberanía, pero no en los trabajadores del sur argentino. Si es cierto que la soberanía quedó salvada, a nosotros se nos aplastó”(3).

 

Extraído del libro "Crónicas del Centenario" editado por Diario Crónica en febrero de 2001.


(1) Extracto de un artículo periodístico de una revista capitalina, citado por Moreno-Arrigoni, ob.cit.

(2) Idem.

(3) Testimonio de Marcial Paz, citado por Arrigoni-Moreno, ob.cit.

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