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“Algunas cosas no se comprenden aprehendiéndolas, sino dejando que nos aprehendan”

lunes 12 de septiembre de 2022
“Algunas cosas no se comprenden aprehendiéndolas, sino dejando que nos aprehendan”

Cada nuevo día nos encuentra tan empantanados en sucesos y conflictos que se van potenciando de formas inesperadas e increíbles, como alienados por el esfuerzo de sobrevivir en una realidad que nos vacía de los nutrientes físicos, emocionales y espirituales, con los que deberíamos contar para sostenernos en la titánica tarea de dar sentido a cada paso, de sobreponernos en cada trayecto del camino donde sea necesario hacer frente a los desafíos de la vida.
En un panorama tan incierto, donde los sucesos cotidianos nos limitan profundamente para acceder a las herramientas necesarias que produzcan el cambio que nos conduzca por innovadores caminos, con pasos seguros y a destinos confiables para todos, la repetición de hechos confrontativos, comportamientos agraviantes, y pensamientos perversos, nunca puede ser una opción. Para nadie. Para nada.
La insensatez de la desunión del pueblo siempre pasará su factura. Y su costo es tan desmedido que jamás podremos cancelarlo.
El camino que hemos trazado y recorrido no parece de fácil retorno y, mucho menos, cuando la palabra “reconciliación” debe ser parte de su imprescindible reparación.
Habrá que avanzar hacia territorios que se construyan con nuevas actitudes, surgidas de profundas reflexiones que traigan un poco de luz a la oscuridad que, a costa de transitarla, nos hemos acostumbrado hasta quedar atrapados en ella. Será porque, como pronunciaba Nelson Mandela: “El hombre no teme a su oscuridad sino a su luz”
¿Cómo nos vemos, cómo nos sentimos, cómo nos pensamos, como parte de la sociedad que conformamos? Tendemos a ver en la sociedad actual lo que parecería un inframundo que nos engulle con sus aberraciones, pero ¿cómo nos vemos a nosotros mismos en el espejo de nuestra percepción, en el análisis de nuestros comportamientos, en el encuentro con nuestra singularidad y nuestra esencia?
¿Dónde ubicamos nuestra hebra personal en el enredado ovillo social, en la enmarañada madeja comunitaria?
Esa observación nos daría la certeza de que nada cambiará en el afuera mientras cada uno no lo haga en su interior, despertando la conciencia que el sentarnos a esperar “al salvador” que reconstruirá, mágicamente, lo que entre todos –de una u otra forma- destruimos, tampoco es una opción.
Si nuestra estructura interior termina conformando una amalgama de irracionalidad y despropósito, generadora de constantes impulsos destructivos que se evidencian en nuestra construcción social de desolación sistemática que arrasa con lo que encuentra a su paso, seguirá dando vida a esos pantanosos suelos en los que nos hundiremos.
Debe haber algo que podamos realizar entre todos, que nos aleje de la destrucción generalizada. De su hacer constante y sostenido. Algo que permita ver los hechos y las cosas en perspectiva, para frenar la irracionalidad que genera los comportamientos que vemos a diario.
¿Qué es lo que hemos olvidado y nos conduce a crear y sostener esta sociedad disfuncional, fracturada emocionalmente por donde se la mire?
¿Qué es lo que aceptamos como natural, permitiéndole que nos conduzca por los caminos del desasosiego inevitable?
¿Por qué nos acostumbramos a que tanto sufrimiento innecesario atenace la cordura y la sensibilidad, dando forma a una sociedad que todos padecemos?
Una sociedad tan enferma como enfermante, donde las palabras del doctor Ramón Carrillo no pierden vigencia: “Con el hambre, la miseria y el infortunio social, los microbios, como causa de enfermedad, son unas pobres causas”.

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