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Tony Alaniz, emblema del vóley comodorense

viernes 05 de marzo de 2021
Tony Alaniz, emblema del vóley comodorense
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El único jugador de Comodoro Rivadavia que disputó la máxima categoría del voleibol argentino regresó a su ciudad para reconstruir una vida junto a su familia. Por esas casualidad, su camino se cruzó con Waiwen Vóley Club, el equipo que comienza a proyectarse al profesionalismo. Entre viajes, historias y experiencias, Alaniz comenzó a escribir una nueva etapa con el balón.



(Por Facundo Paredes) Tony Alaniz aprendió a hacer la secante en un hotel y con una naranja. Fue en Mendoza y tenía 14 años. Sus compañeros de la selección de Chubut, que eran tres años mayor que él, le tiraban la fruta para que se deslizara sobre la cama. La secante (o plancha) es una acción técnica que consiste en llegar al balón a través de un lanzamiento y deslizamiento, respectivamente. Es la típica jugada en la que un defensa pone la palma de la mano sobre el piso para evitar que el balón toque el suelo.

¿Y por qué un jugador de selección aprendió esa técnica básica en una cama de hotel? Porque sólo llevaba tres meses en el vóley.

Alaniz es de Comodoro Rivadavia, tiene 34 años y fue el subcapitán de Waiwen Vóley Club en la Liga Nacional de Voleibol Masculina que se llevó a cabo en febrero en Villa María, Córdoba. El punta regresó a su ciudad luego de una amplia trayectoria en el vóley profesional: River Plate, Club de Amigos, Sporting Club Espinho de Portugal, Linares Vóley de Chile, Club Ciudad de Campana, Gigantes del Sur de Neuquén y Untref Vóley, entre otros equipos.

En una charla con Dom, recordó sus inicios, repasó su carrera y contó cómo vive sus últimos años de jugador de vóley.

¿Cómo comenzaste en el vóley?

Fue por un partido de fútbol en los intercolegiales, yo jugaba para la ENET. Marcelo Leiva me vio y se sorprendió por mi altura. Imaginate, yo tenía 13 o 14 años y medía casi 1,90 metros. Él me llamó para que empiece a entrenar con las selecciones de Chubut y a los pocos meses ya estaba viajando con ellos. Nunca había jugado al vóley, de chico siempre jugué al fútbol. Vivía a una cuadra de la cancha de Palazzo. Hacía un par de pasos y ya estaba en la cancha para ir a entrenar. En realidad andaba por todos lados. El barrio era muy tranquilo, era otra cosa, no era tan grande y teníamos libertad. Nos íbamos en bici para la playa de Restinga o para el playón de Ciudadela a jugar al fútbol. Siempre con la pelota, para todos lados. Creo que pasa también por mis hermanos, ellos jugaron en Palazzo, uno era arquero (Andrés) y el otro jugaba de 9 (Claudio). Yo jugaba al medio, cuando subí a otra categoría me ponían de 9 por la altura. Es más, el otro día un profesor de rugby me mandó una foto y se veía que yo medía lo mismo que el entrenador. Practiqué rugby en Chenque y en una época también fui a básquet, pero pocas clases. Hasta pasé por el judo -ríe-. Y teniendo en cuenta lo inquieto que era, la técnica ya la tenía.


Arrancaste tarde en el vóley, ¿te costó adaptarte a un nuevo deporte?

Arranqué tarde, pero tampoco es tan tarde… Lo que pasa acá, en la provincia, es que si arrancás a los 14 o 15 años es medio tarde, porque no hay un desarrollo de inferiores. Después de los 17, al menos en mi época, no hay competencia, no hay nada. A los cuatro meses de que estuve en los intercolegiales, me llevan a un torneo argentino en Mendoza con una camada tres años mayor que yo y que, encima, eran todos de selección. Los pibes se portaron muy bien, me enseñaron y guiaron porque se daban cuenta de que yo era chico y no sabía mucho del deporte. Así fui aprendiendo. Después de ese año, volvimos y me ve Horacio Dileo por las condiciones que tenía.

Ibas aprendiendo mientras competías…

Claro. Mis compañeros me jodían porque veían que yo me tiraba, andaba de acá para allá, como todo pibe. La verdad es que no tenía idea de caída, en realidad de casi nada. Cuando te tirás a buscar una pelota es una secante, entonces los chicos me lanzaban una naranja y yo me tiraba de secante arriba de la cama. Era cualquier cosa, la naranja volaba por la ventana -ríe-. No tomaba mucha dimensión, iba porque realmente la pasaba muy bien. Empezaba a viajar y a conocer gente nueva. Yo venía del ambiente del fútbol y esto de viajar en grupos, con gente, no me había pasado nunca. Llegué al vóley y encontré compañerismo. Igualmente, a medida de que iba entrenando, veía que mejoraba. Entonces eso me iba incentivando. Tenía varios objetivos y los resultados llegaban rápido.

¿Por qué decidiste volver a Comodoro Rivadavia?

Con Sol (su pareja) nos planteamos un poco más de calidad de vida cuando nació nuestro hijo, ya que vivíamos en Capital Federal y necesitábamos más tranquilidad y menos ruido. Yo siempre le planteé a ella que mi infancia en Comodoro me marcó para toda la vida por la libertad que tenía. Ver que mi hijo iba a crecer entre los colectivos, el caos y los quilombos de la ciudad no me gustaba. Y a ella tampoco, por supuesto. En un momento surgió la posibilidad de venirnos para acá por el trabajo de Sol, se da la casualidad de que surge una vacante de un día para otro. Unos meses antes vino a Comodoro por trabajo y fue como que conoció a la ciudad, le pareció que estaba linda, porque nunca se convencía. No me preguntés cómo se dio, pero fue mucha casualidad de que justo salía una vacante. Son cosas que por más que la podés pensar, no las planeás. Una de esas tardes llegó a casa y me contó sobre la vacante. Me preguntó qué hacemos. Yo no la quise presionar ni decirle nada. Le respondí que mucho no me encontraba en Buenos Aires y que dependía de ella, lo que decidiera estaba bien. Después como que la charla quedó ahí. Y pasaron como dos o tres semanas y me dice “me postulé”. No había que ilusionarse porque no era nada seguro, pero por dentro rezaba para que salga todo bien. Finales de 2018 nos confirmaron y empezamos todo de nuevo. Ahora estamos felices, por suerte salió todo bien.

Waiwen es el último club de vóley que se formó en la Argentina. Con solo tres años de vida, el equipo se convirtió en uno de los embajadores deportivos de Comodoro Rivadavia, ya que representó a la ciudad en las segunda categoría del voleibol argentino. No es coincidencia que su nombre signifique “Viento favorable del sur”.

En la Liga Nacional de Voleibol, Waiwen logró dos victorias (Universitario de La Plata y Bomberos Vóley) y sufrió cinco derrotas. Además, se despidió de Córdoba con un triunfo ante Municipalidad de La Matanza por la Copa Villa María.

Tony fue el subcapitán del equipo comodorense. Luego de varios años fuera de su ciudad, Alaniz decidió, junto a su mujer e hijo, volver para construir una vida en familia. Fue allí cuando Waiwen se enteró de su regreso y lo invitó para que fuera la cara de la experiencia en un plantel lleno de jóvenes menores de 20 años, pero con una proyección prometedora.


¿Qué balance hacés de esta Liga Nacional de Voleibol con Waiwen?

Fue todo positivo. Encuentro que haber pasado por las situaciones que pasamos y venir a jugar una liga de estas características fue beneficioso para los chicos. Fueron muchos partidos, muchos juegos durante todos los días. Los chicos estuvieron a la altura. Si te ponés a pensar, ellos no tuvieron competencia por su categoría y por la pandemia. Y vinieron a jugar una Liga Nacional con cero experiencia, pero con mucho valor y compromiso. Empezamos con un equipo candidato como es Formosa y después nos tocó con algunos rivales que podíamos haberles ganado, pero bueno, son experiencias que hay que vivirlas para seguir creciendo.

¿Cómo te sentiste en lo personal?

Sinceramente me sentí muy bien. Después de estar tanto tiempo parado y no estar al 100% por 100% de mi capacidad, sentí que estuve a la altura. Desde la parte física también, aunque tengo en claro que puedo estar mucho mejor. Arrancamos con poco tiempo de preparación, sin embargo, desde lo físico llegué bien. No me sentí cansado, por ahí sí con un par de dolores, pero no más que eso. Fue muy importante el apoyo que recibimos desde Comodoro, estábamos pendiente de los saludos y mensajes que nos mandaban. Si bien los chicos vienen de un proceso, en este torneo se dieron cuenta que ajustando un par de cosas y con mucho más entrenamiento y más convicción, se puede pelear. Ellos se dieron cuenta que no están lejos de un gran objetivo. Creo que a partir de este campeonato van a tomar las cosas de distinta manera. Cuando empezamos el viaje, yo escuchaba que los chicos jodían con que ganemos un set o dos set para estar contentos. Y hoy ganamos tres partidos. Por eso es todo positivo.


¿Con qué sensaciones se quedó el equipo?

Con el disfrute. Todos disfrutamos del torneo y se valoró la responsabilidad. Antes de sumarme, yo veía que como eran tan chicos de edad se lo podían tomar el desafío mucho más relajado. Pero la verdad que no, se lo tomaron como lo que es. En los entrenamientos previos se veía el compromiso y sabían diferenciar cuando había que ponerse serio para trabajar con los momentos de risa.

Tony fue la bandera de Waiwen. Después de tantos años de trayectoria en el vóley, encontró en su ciudad una motivación para vivir los últimos trazos de su carrera. Si bien no piensa en el retiro, ya comenzó a proyectar una escuela para poder transmitir todos los valores del deporte que recibió. Tal como el significado de Waiwen, tiene el viento favorable del sur para emprender y seguir aportando su experiencia hacia las futuras generaciones de Comodoro Rivadavia y Chubut.

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