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Es raro: Viviendo en el reino del revés

martes 15 de septiembre de 2020
Es raro: Viviendo en el reino del revés
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En la situación que estamos viviendo es frecuente escuchar “es raro”, “es una situación extraña”. Ocurre que vernos limitados en nuestras acciones, confinados a vivir encerrados, libres en muchos casos de obligaciones, solo ha sido experimentado en casos de limitación física por enfermedad o convalecencia o en ocasión de la jubilación.



También el sentimiento de extrañeza puede experimentarse en cambios importantes en nuestra vida como puede ser un divorcio, la partida de los hijos, o una mudanza a otra ciudad o a diferente país.

Ocurre cuando lo cotidiano a lo que estamos habituados, cambia y nos vemos forzados a adaptarnos a algo muy diferente. Cuando lo que nos era familiar se torna extraño.

Sensaciones que nos remiten a vivencias infantiles de desvalimiento, a viejos temores como la oscuridad o el silencio.

También las restricciones y prohibiciones impuestas por la cuarentena nos devuelven a una etapa infantil en la que eran nuestros padres los que decidían qué podíamos hacer y qué no, los horarios para ir a jugar o acostarnos a dormir.

Siendo adultos, es raro que nos digan que todo esto es para cuidarnos y hasta puede resultarnos humillante y despertar sentimientos de enojo y rebeldía. Como además nos informan que los adultos mayores son población de riesgo a los que tenemos que cuidar,  o sea aquellos que en la infancia nos imponían las restricciones, se completa el cuadro de extrañeza.

Una reacción que se observa es cómo hijos adultos, puestos en este reino del revés, actúan sobre sus padres mayores imponiéndoles restricciones “para cuidarlos” de un modo bastante autoritario, casi como revirtiendo aquella historia infantil en la que ellos fueron los coartados en sus deseos de salir a jugar. Los adultos mayores a veces se someten y otras actúan por su cuenta “a escondidas” de los hijos, para evitar que estos se enojen. Como si, en lugar de “población de riesgo”, pasaran a ser vistos como niños faltos de criterio para tomar sus propias decisiones.

Muchas veces, bajo el disfraz del temor a que los padres enfermen o mueran, se expresan deseos inconscientes de revancha por los coscorrones e imposiciones sufridos de niños.

Por otra parte, en el entramado social, se juega la conducta de los pares (sustitutos de hermanos), y las diferencias entre “obedientes y desobedientes”. Aparecen aquí las acusaciones “fue él”, “yo lo vi”, “por tu culpa”, etc.

Muchas ideologías, como las religiosas o las ecologistas, acusan al humano por sus malas acciones y a lo largo de la historia se ha entendido la enfermedad como un castigo (como por ej. las bíblicas siete plagas de Egipto). En esta pandemia (plaga), el “contagio” es atribuido a las malas acciones de los desobedientes (runners por ej. o marineros en nuestra zona) y hacia ellos se dirige el odio de los “obedientes”. Buscar un culpable otorga un pasajero alivio unido a la fantasía inconsciente de que los buenos serán los que se salven.

Curiosamente no escuché a nadie dirigir su enojo contra el Covid, ese artero virus que se esparce saltarín de persona en persona, dejando a unos cuantos en el camino. Seguramente porque su invisible presencia hace imposible insultarlo, apedrearlo o acusarlo.

Importa pensar que lo que el virus pone en evidencia es nuestra mortalidad, es que vivimos en la incertidumbre y que el control es una ilusión. No solamente no podemos controlar las acciones de los otros, tampoco tenemos el control de nuestro futuro (los planes que hacemos pueden no cumplirse por una gran variedad de motivos). De lo único que somos dueños es de nuestra respuesta a las situaciones que nos toca vivir.

Destruir una escuela para evitar que en ella se alojen enfermos de covid es nuestra responsabilidad. Apedrear la casa de un vecino infectado es nuestra responsabilidad. Echar a médicos de los consorcios porque ponen en riesgo a los vecinos, es nuestra responsabilidad. Los humanos tenemos la posibilidad de ser tan dañinos como cualquier virus. Por suerte también tenemos la opción de ser buena gente, solidarios, respetuosos.

Hay una frase que circula por las redes “Lo peor de las pestes no es que matan cuerpos, sino que desnudan la naturaleza humana”.

Cuidar la salud importa, también importa cuidar nuestro accionar. Tan transgresor es el que rompe las normas de la cuarentena como el que ataca a quienes, supone, pueden contagiar.

El miedo no otorga derechos.

Por: Lic. Diana Ponce MP 0040

 

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