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Las dos vacunas que se complementaron para erradicar la polio

lunes 22 de junio de 2020
Las dos vacunas que se complementaron para erradicar la polio
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El fin de la aplicación de la Sabin oral inaugura la última fase del programa mundial destinado a terminar con la enfermedad.



(Por Mercedes Benialgo) Días atrás se conoció una noticia que ya empezó a marcar un hito en la historia mundial de la inmunología: el fin de la aplicación de la vacuna oral Sabin contra la poliomielitis en 121 países, entre ellos la Argentina, que la tenía en su Calendario Nacional de Vacunación desde 1971. En su lugar, se seguirá utilizando solamente otra inyectable llamada Salk que también se administra de forma obligatoria y hasta ahora complementaria de la anterior.

La decisión se tomó en base a la evolución del control de la enfermedad en distintas regiones del mundo, donde se avanza hacia su erradicación y de hecho ya se ha logrado la extinción de dos de los tres serotipos del poliovirus, el agente que la causa. Cabe recordar que se trata de una patología infecciosa muy contagiosa que afecta principalmente a niños y que ataca el sistema nervioso central, provocando en sus formas más graves diferentes grados de parálisis temporarias o permanentes.

“Hasta el presente coexistían las dos vacunas: la Salk y la Sabin, conocidas como IPV y OPV por sus siglas en inglés respectivamente, que difieren no solamente en sus formas de administración sino también en sus formulaciones”, explica Griselda Moreno, investigadora del CONICET en el Instituto de Estudios Inmunológicos y Fisiopatológicos (IIFP, CONICET-UNLP). La primera es inyectable y contiene al virus inactivo o muerto, es decir que pasó por un tratamiento químico que dejó sin efecto los componentes que lo hacen activo, y en consecuencia ya no tiene la capacidad de enfermar. “La segunda, en cambio, está hecha a partir del agente causal de la enfermedad vivo pero atenuado, esto es, con una modificación en su biología que hace que no sea virulento”, describe la especialista.

Probada en 1952 y dada a conocer tres años más tarde, la vacuna Salk fue descubierta por el médico estadounidense Jonas Salk, quien rechazó patentarla con el argumento de que el hallazgo le pertenecía “a la gente” y es recordado por la frase que lanzó cuando le preguntaron por el tema en televisión: “¿Acaso se puede patentar el sol?”. Muy poco tiempo después, en 1962, se autorizaba el diseño de Albert Sabin, un virólogo polaco nacionalizado norteamericano.

La administración por vía oral en forma de gotas tenía dos grandes ventajas frente a la intravenosa: por un lado, no sólo inducía protección contra la enfermedad sino también prevenía a las personas de ser portadoras; y por el otro, resultaba de fácil uso y gran aceptabilidad por parte de la población. Así, la OPV fue rápidamente adoptada por la mayoría de los programas de inmunización masiva del mundo.

Para la década de 1970, la polio comenzó a reducir significativamente su incidencia en la mayoría de los países en desarrollo. “En Argentina, la vacuna inyectable se implementó en 1956 en el contexto de una fuerte epidemia y luego el uso de la Sabin oral fue esencial para mantenerla controlada, al punto que desde 1984 no se registran casos”, apunta Daniela Hozbor, investigadora del CONICET y directora del Laboratorio VacSAL (Vacunas Salud) en el Instituto de Biotecnología y Biología Molecular (IBBM, CONICET-UNLP). En este contexto, el continente americano fue pionero en declararse libre de la enfermedad en 1994.

Desde 1988 la Organización Mundial de la Salud (OMS) viene impulsando la Iniciativa para la Erradicación Mundial de la Polio, una alianza pública-privada internacional que, como su nombre lo indica, busca poner fin a la enfermedad en todo el planeta tal como sucedió con la viruela en 1980. Esta campaña, de la que Argentina forma parte, evalúa constantemente el uso de los diferentes tipos de vacunas en cada región. Y aquí viene un punto importante. “Si bien se estima que el uso de la Sabin ha permitido evitar más de 5 millones de parálisis definitivas, existe una remota e infrecuente posibilidad de que el virus, al estar atenuado y no muerto, mute y se torne nuevamente virulento”, subraya Emilia Gaillard, también investigadora del CONICET e integrante del Laboratorio VacSal, y continúa: “Para reducir ese eventual riesgo, se hizo necesario que los países fueran reemplazando progresivamente la OPV por la inyectable”.

En esta trayectoria, en septiembre de 2015 se declaró extinta la variante 2 del poliovirus, y por eso se decidió retirar ese componente de la vacuna oral. Esto sucedió un año más tarde, cuando todos los países que la utilizaban realizaron el mayor cambio sincronizado en el esquema a nivel mundial: se reemplazó la Sabin trivalente por la Sabin bivalente, que seguía protegiendo contra los serotipos 1 y 3 del virus. En paralelo, se incorporó la inyectable Salk trivalente; asegurando así la protección contra los tres tipos, pero con cepas inactivas. Más tarde, en octubre de 2019 se determinó la desaparición del tipo 3 y este evento inició la fase final para la erradicación de la enfermedad, que es el que acaba de comenzar con la modificación recientemente anunciada.

A partir de ahora, el esquema queda compuesto por tres dosis de vacuna IPV: a los 2, 4 y 6 meses de edad y un único refuerzo al ingreso escolar.

En el presente el serotipo 1 del virus sigue presente de forma endémica en sólo dos lugares: Afganistán y Pakistán. “Hasta que no se interrumpa por completo la transmisión existe el riesgo de ser importado a otra parte del mundo y propagarse rápidamente en poblaciones no inmunizadas o con bajas tasas de cobertura. Es por eso que, a pesar de la ausencia del agente en esta zona, es imprescindible continuar con la vacunación masiva. Hay que entender una diferencia importante: eliminar una enfermedad es que deje de circular en algún país o región; erradicarla es que desaparezca de la faz de la Tierra”, añade.

Tras una nueva vacuna para la tos convulsa

Ambos grupos trabajan juntos en el diseño y caracterización de una nueva vacuna contra la tos convulsa, también conocida como coqueluche. Se trata de una enfermedad respiratoria aguda provocada por una bacteria llamada Bordetella pertussis. Si bien afecta a personas de todas las edades, es más grave en bebés de pocos meses, para quienes puede ser mortal. La infección es altamente contagiosa y comienza con catarros progresivos que al cabo de unas semanas derivan en accesos de tos muy intensos con un sonido de silbido característico al inhalar aire y que, en ocasiones, finalizan con vómitos.

Las primeras vacunas datan de 1906 y fueron preparadas a partir de células enteras de B. pertussis muertas. Con el tiempo, se desarrollaron otras formulaciones que se denominan acelulares por estar compuestas solo por algunas proteínas de la bacteria. En Argentina, se emplean ambos tipos: las celulares en la población pediátrica y la acelular para adolescentes y adultos. Si bien el uso masivo ha logrado reducir la mortalidad asociada a la tos convulsa, en los últimos años se viene registrando un aumento de casos en varios países. “Entre las causas que explican esto figuran las bajas coberturas de vacunación; la corta duración de la inmunidad inducida, especialmente por las acelulares; y el hecho de que el agente causal se haya adaptado a ella. Es una situación preocupante que ha obligado a la revisión de las estrategias de prevención”, explica Hozbor.

En este contexto de búsqueda de nuevas generaciones de vacunas más eficaces, el grupo de científicos locales ha diseñado una formulación que califican como “superadora” de las existentes, que utiliza vesículas de membrana externa (OMVs, por sus siglas en inglés) de B. pertussis. Los resultados referidos al proceso biotecnológico de obtención del material, la seguridad y la capacidad protectora, entre otros aspectos, les valieron una patente internacional obtenida en Estados Unidos en 2017. “Ahora mismo continuamos trabajando para posicionar nuestro desarrollo hacia la realización de ensayos clínicos en humanos”, se entusiasma la experta.

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