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Manuel Bórquez, el hombre que vio morir a Mario Almonacid frente a sus ojos

martes 02 de abril de 2019
Manuel Bórquez, el hombre que vio  morir a Mario Almonacid frente a sus ojos

Suena fuerte, muy fuerte. Ver a un amigo morir frente a uno no debe ser algo fácil de digerir. Sin embargo, Manuel Bórquez tuvo que ver a su camarada perecer enfrente de él durante un tiroteo que protagonizó mientras viajaba en un helicóptero Puma. Durante la mañana del 3 de abril, a Manuel y sus compañeros les avisaron que tenían que recuperar las islas Georgias del Sur. La orden los tomó por sorpresa, pero nadie cuestionó la tarea que les habían encomendado. Lo que sucedió ese día se grabó a fuego en la memoria del excombatiente, que recuerda todo como si hubiera sido ayer.

“A mí me mandaron al Batallón de Infantería de Marina 1. Antes de ir a esa unidad, un día nos llama el Comandante a su oficina, a mí y a un grupo de compañeros. Nos dijo que no podíamos estar más en el BIM 2 porque el conflicto con Chile todavía estaba latente, y nosotros éramos hijos de chilenos. Nos dijo que ellos no sabían para qué lado íbamos a disparar nosotros si pasaba algo con Chile. Yo me acuerdo que lo miré y le dije que era hijo de chilenos, pero estaba haciendo el servicio militar en Argentina. La situación no se prestaba para discutir, era una orden. Nos separaron y nos llevaron a distintos batallones. Fuimos a parar al BIM 1”, recordó Manuel Bórquez, Veterano de la Guerra de Malvinas.

Al llegar a la nueva unidad militar, a Bórquez y Mario Almonacid (el afamado soldado comodorense que entregó su vida en la guerra y fue el primer caído durante la recuperación de las islas Georgias del Sur) les preguntaron qué sabían hacer. Fueron enviados a la Compañía de Tiradores ALPHA, la más vieja de la Armada en ese entonces. Todos los años, se realizaba un sorteo que determinaba qué batallón de marina iría a una guerra en caso de que hubiera una. Ese año, el BIM 1 salió sorteado. “Con Mario empezamos a notar que el entrenamiento era cada vez más fuerte, teníamos muchas prácticas nocturnas en el terreno. Tirábamos con morteros de 60 y 81 milímetros, entrenábamos muy duro. Un día nos informaron que nos íbamos de instrucción a Río Grande. Nos dijeron que por cada día de instrucción que tuviéramos allá, íbamos a tener dos días de licencia, así que estábamos muy contentos. Pero nos parecía raro, porque habíamos salido de vacaciones hacía poco tiempo”.

Una noche, los soldados se acostaron a dormir y fueron despertados a las 5 de la madrugada de imprevisto. Los sacaron afuera y les pidieron que tomaran todo su equipo y subieran a los camiones. Eran cuarenta hombres de la Compañía de Tiradores ALPHA. Fueron llevados a Puerto Belgrano, en donde estaba la Corbeta Guerrico. A las cuatro de la tarde les ordenaron cargar todo el equipo en el barco. “Nosotros veíamos cajones con proyectiles, munición de fusil, munición para mortero y cañones. Cargamos todo y como a las nueve de la noche nos fuimos. Éramos cuarenta, nos tuvimos que acomodar como pudimos. A los dos días de navegación estaban todos vomitando, el barco se movía para todos lados, constantemente. No podías comer nada porque enseguida lo vomitabas. Con Mario habíamos encontrado una covacha en donde guardaban filtros de aire. Nos acomodamos ahí y nos acostamos. En un momento, subí y le pregunté al marinero por qué se movía tanto el barco. Abrió la compuerta, miré para afuera y no se veía nada, el barco se enterraba en el agua y las olas lo tapaban por completo. A las horas llegamos a un puerto y ahí nos enteramos de que habían recuperado las Malvinas, nosotros no entendíamos nada. Nunca se nos cruzó por la cabeza que algo así podía pasar”, contó Bórquez.

 

“Tomá bastante mate cocido, puede ser el último desayuno de tu vida”

A la mañana siguiente, el sábado 3 de abril, los llamaron al comedor a desayunar. Ya estaban en las islas Georgias del Sur. Manuel entregó su jarro y la persona que le sirvió el mate cocido le dijo “tomá bastante, puede ser el último desayuno de tu vida”. Él no entendía nada de la situación, estaba desconcertado, pensaba que estaba en Río Grande. Cuando salieron del barco, los hicieron cruzar un puente y subir a otra embarcación. “Vino un militar, tiró tres cajones de proyectiles y nos dio diez cargadores a cada uno. Nos pidió que cargáramos las armas y nos abrigáramos bien. Cuando salí del barco me crucé con el famoso Astiz, el Ángel de la Muerte, en ese entonces él era Teniente de Navío. Me choqué con él, el tipo parecía Rambo. Tenía una ametralladora en la mano, una pistola y cuchillos en las botas. ‘Fíjese por dónde camina’, me dijo. Llegamos a la parte de atrás del barco y había un helipuerto. Tomamos un helicóptero y fuimos hasta otro puerto, el viaje habrá durado una hora y media. Nosotros mirábamos para afuera y creíamos que estábamos en Río Grande. Cuando bajamos, el Teniente Luna y el Teniente Giusti nos hicieron mirar a unos 400 metros de distancia. ‘Muchachos, allá hay ingleses. Nosotros tenemos que desembarcar y recuperar esas islas, ¿alguna duda?’, nos dijeron. Ni siquiera preguntamos si era chiste lo que nos decían”.

 

Caos en el helicóptero

Después del aviso de los dos oficiales de la Armada, la tropa fue dividida en tres tandas. Los viajes debían ser tres y los soldados debían ser transportados hasta Grytviken, una estación ballenera ubicada en las islas Georgias del Sur. “El piloto nos dijo: ‘Muchachos, esto es así. Van a subir catorce, siete por cada lado. No hay asientos, así que se van a tener que agachar. El viaje dura cinco minutos, el helicóptero se va a posar en la tierra y ustedes van a saltar’. Mario iba enfrente de mí, al lado tenía a un marplatense que era más antiguo que yo. Me empujó y me pidió que lo dejara mirar por la ventana cuando ya habíamos emprendido el vuelo. Ahí empezaron los disparos, nos cagaron a tiros. Un proyectil reventó y me entró una esquirla por la nariz, veía mucha sangre. Un tiro me entró en la panza, pero no sentí nada porque antes me habían puesto algo, creo que una anestesia. Miré hacia el frente y vi a Mario caer. Una bala le entró por la nuca y le salió por la frente. Al que estaba al lado le abrieron toda la panza. Vi el casco de Mario lleno de masa encefálica. Para mí estaba vivo, yo lo veía pestañear. Después me dijeron que era un reflejo del cuerpo”.

El helicóptero Puma en el que viajaban no cayó porque tenía un combustible especial que no se prendía fuego, y las hélices seguían funcionando normalmente. La enorme máquina humeaba, pero no caía. “Yo no sentí nada, solo un poco de ardor en la nariz. La bala que me pegó en la panza entró por mi cantimplora, me atravesó a mí y quedó clavada en el cinto. Me tiraron con un calibre 7,62. Yo no quería mirar la herida, no quería. Un cabo me sacó del helicóptero, pero de eso yo no me acuerdo. Tuvimos dos muertos y siete heridos. En ese viaje murió mi amigo Mario Almonacid y el neuquino Jorge Águila. La sacamos barata, porque con 500 tiros tendríamos que haber muerto. El que nos salvó la vida fue el piloto, que supo maniobrar y salir de esa situación”, subrayó el veterano.

 

Atados de pies y manos

Al bajar del helicóptero, Manuel Bórquez intentó cargar su fusil, pero el armamento tenía un problema y la munición que debía entrar a la recámara no lograba ingresar. Los ingleses seguían disparando. Con un par de compañeros, armaron una posición para dispararles con una MAG que habían podido bajar de la aeronave. Cuando el infante de marina cargó el arma para disparar a los enemigos, una pistola se posó sobre su cabeza. El Teniente Giusti miró fijo a Bórquez y le dijo: “no dispares a los ingleses, dispará a cualquier parte, pero a ellos no”. El soldado le contestó con una mirada desconcertada y le dijo: “mataron a Mario”. “Si vos matás a un inglés, yo te tengo que matar a vos. La guerra no está declarada, todavía”.

“Al inglés no le importaba eso, ellos te tiraban a matar. Ellos nos recibieron con todo lo que tenían. El combate duró tres horas. Después se rindieron. Empezamos a hacer el traslado de heridos al Bahía Paraíso. Teníamos que esperar porque los vuelos del helicóptero en el que nos llevaron eran más lentos. Llevamos heridos al barco y prisioneros ingleses. Cuando bajé al helipuerto del Bahía Paraíso estaban los enfermeros y los médicos, Me pusieron una inyección y de ahí no me acuerdo más nada, me durmieron hasta el otro día. Me desperté navegando y vi un tipo rubio. Vinieron los enfermeros y despertaron a todos. El rubio se sentó en la cama y nos miró. El flaco estaba en calzoncillos, era pura fibra, medía como un metro ochenta y cinco. Un enfermero le habló en inglés y lo empezó a curar. Le sacaron las gasas que tenía y alcanzamos a ver que le colgaba una parte del brazo. Ni se dio cuenta de lo que le estaban haciendo, se levantó, tomó dos vasos de agua y se fue a acostar”.

Un día, Manuel le consultó a un suboficial si podían traerles cigarrillos. Hace diez días que no fumaban y estaban un poco ansiosos. El resultado fue una bolsa con diez atados de cigarrillos Chesterfield y 43/70. El inglés estaba cerca de ellos y los miraba insinuante. “El tipo quería fumar. En un momento me dijo que me cambiaba un atado de cigarrillos por una bolsa de tabaco. Le di dos atados y él la bolsa. Después de eso dejamos de tenerle miedo”, contó Bórquez, entre risas.

 

El último vistazo a Mario y la vuelta a Puerto Belgrano

Después de que ya lo hubieran curado de sus heridas, a Manuel Bórquez lo llamaron para reconocer el cuerpo de su amigo Mario Almonacid.

- ¿Vos eras amigo de Almonacid?
- Sí.
- Vamos arriba, tenés que reconocer el cuerpo.
“El sonido del cierre de la bolsa al abrirse me quedó grabado, nunca me lo pude olvidar. Corrieron el cierre y me preguntaron si era él. Les contesté que sí y volvieron a cerrar la bolsa. Fuimos a Puerto Deseado y ahí bajaron a todos los ingleses. De ahí fuimos de nuevo a Malvinas, fueron a dejar algo, no sé qué. De Malvinas volvimos a Deseado y bajaron el cuerpo de Mario. Volvimos a Puerto Belgrano finalmente, llegamos a las cinco de la tarde más o menos, y a las doce de la noche nos hicieron bajar del barco”, concluyó el Veterano de Guerra.
Antes de abandonar la sala de entrevistas del diario, una última pregunta es formulada a los cinco excombatientes. Se les pregunta si volverían a defender las islas. Contestan que sí, que quizá ahora no podrían por la edad y el estado físico. Entonces surge la repregunta, la consulta plantea qué pasaría si tuvieron 30 años de nuevo. La respuesta es unánime: “sí, indudablemente. Volveríamos”.

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