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César Barrientos: Pintar el viento

martes 26 de marzo de 2019
César Barrientos: Pintar el viento

Las casas de chapa, los cables, las calles de tierra y los perros, son los protagonistas de sus obras. Pinta el barrio que ve y que siente. Construye retratos inconfundibles de la ciudad.





Por Santiago Altuna (texto y fotos) - En una agenda vieja de hojas amarillas César anota las cosas importantes. Junto a ella lleva un libro ajado que parece acompañarlo desde hace tiempo. Tiene puesta una remera vieja de Motörhead, del disco “Bad Magic”, en internet figura que es el vigésimo segundo álbum de la banda y el último. Su barba estaba desarreglada y su pelo algo despeinado.

Artista autodidacta, su estilo nació y creció con él en el barrio. Hoy hace más de veinte años que se dedica a pintar la ciudad desde su visión surrealista. Cumplió 40 años y desde que recuerda dibuja y pinta. Confiesa que no le interesa el reconocimiento, ni las exposiciones, él pinta porque no puede vivir de otra forma.

“Soy autodidacta, estudié el secundario nada más, en la Escuela 731. Después me dediqué a laburar, no estudié ninguna carrera. Me dediqué a ser autodidacta desde muy chico, y después en la preadolescencia me hice amigo de chicos que estaban metidos en arte popular en los barrios. Ellos me fueron invitando a sumarme a esta movida y empecé a mostrar mi obra en diferentes reuniones en las vecinales. En ese entonces, yo era chico y no pintaba paisajes de barrio, no tenía tanta producción como ahora, pero ya empezaba a conocer un poco el ambiente del arte acá en Comodoro. Desde 1995 hasta ahora vi la evolución de las diferentes ramas que se fueron armando en la ciudad. En 2000 empecé con la curiosidad de pintar el paisaje de barrio, dándole una interpretación muy personal, muy sentimental de lo que es el barrio para mí”, Barrientos describe así cómo se inició en el mundo del arte y cómo nació su visión personal.

Define su obra como “una anatomía de sentimientos variados”. Para el artista existe un mapa o como define “un códice de cosas que tienen que ver con lo de afuera y con cómo te atraviesa a vos personalmente. Uno va con esa intención, justamente, con la intención de atravesar a la otra persona, intentando lograr que el arte toque alguna fibra, casi sin saberlo. Creo que el arte tiene que ver con la esencia de uno, con lo que te pasa y lo que te deja de pasar”.

A los cinco años, César empezó a dibujar en la pared del fondo de su casa, con el carbón que su papá usaba para el asado. Al principio, sus padres no querían que dibujara en ese lugar pero después, con el tiempo, lo aceptaron. Cuando se dieron cuenta de que estaba todo el tiempo dibujando y pintando se acostumbraron a verlo así. Cree que la mayoría de las personas necesitamos expresarnos en la niñez. “Después, eso tal vez desemboca en otra cosa, que puede no ser arte o alguna disciplina ligada a ella, pero creo que todo chico tiene una necesidad de transmitir algo -sostiene-. A mí el arte me ha acompañado en mis distintas facetas, desde la niñez hasta la adultez. Te va acompañando, vas produciendo a la par y te va viendo crecer. Tengo la suerte de que mi obra se hizo bastante conocida y me ha permitido estar siempre junto a otros artistas, exponiendo y compartiendo, que en definitiva es la finalidad más linda que tiene el arte”.



Niñez e influencias

Barrientos recuerda la época en que sus padres descubrieron su pasión por el arte con una sonrisa en el rostro: “siempre tuve el apoyo de mi familia y el rechazo con algunas cuestiones también. Se acostumbraron a verme dibujar y pintar, no recibía reproches de nada, no criticaban mi arte o el hecho de que yo quisiera seguir eso. Fui autodidacta y porfiado, me juntaba con otros chicos para ver lo que hacían. Al principio, mis viejos veían al arte como algo que tenía poco provecho, pero igualmente no me hicieron mucha pelea. Siempre me decían que estudiara algo que fuera redituable desde lo económico, pero para mí la vida estaba en el arte”, recuerda el artista.

Al igual que otros artistas, César también tuvo influencias, gente que recuerda con mucho afecto. Volviendo unos años hacia atrás, rememoró a la Sociedad de Artistas Plásticos de la Patagonia, una entidad en donde el arte era más selectivo y elitista. Artistas como Mario Lanza y Dolores Ocampo de Morón fueron grandes inspiraciones para el hombre que hoy pinta los paisajes comodorenses en su obra.

“¿Qué es ser artista? Siempre me he preguntado eso, qué es ser artista. Pienso que es alguien que ama el arte que hace, que ama el sentimiento profundo que le puede llegar a generar. Por otro lado, pienso que es una etiqueta que te pueden llegar a poner, pero sobre todo, creo que es algo que uno siente, es como ponerle un nombre a algo muy grande, algo que trasciende más allá de una simple idea. Yo pinto por la fascinación que me genera, no sé si hacer esto me convierte realmente en artista, pero sí pienso que caí en esa etiqueta, a veces es una cuestión protocolar”, reflexiona el comodorense.



La esencia de su búsqueda

César cuenta con orgullo que en La Floresta, el lugar donde creció, todos lo conocen. Lo dice como garantizando que a él nada puede sucederle en ese barrio. Un barrio muchas veces olvidado por los gobiernos con rasgos propios. Las casas hechas con chapas abundan, los perros callejeros están por todas partes y casi no hay calles asfaltadas, por donde el viento castiga levantando las polvaredas que retrata.

Define sus pinturas como “arte expresionista”, vinculado a la necesidad de expresarse, “algo personal” que no quiere etiquetar. “A mí me cuesta hacer cosas a pedido, retratos o cosas de ese tipo. Soy pésimo para las consignas, lo hago, de hecho hago cosas a pedido, pero no es un terreno cómodo para mí, prefiero la expresión libre. En esa expresión libre está siempre lo personal, cómo te afecta lo exterior,  cómo lo procesás adentro y lo transformás en un paisaje. A su vez, yo creo que, internamente, uno es un paisaje también, porque se nutre de las formas de afuera para moldear lo que está adentro. Hablo de las cuestiones personales, del dolor, de la pasión, la risa, la felicidad, la familia, los amigos, los muertos en el placard. Todo eso da forma a un paisaje interior que empieza por la cabeza y después desemboca en algo sentido que uno siente”, reflexiona.

Además, plantea que siempre le pone ganas a su trabajo, porque él lo define así, define el arte como su trabajo. En las pinturas de César prima el amor por el barrio, por la gente del lugar en donde creció, el amor por los amigos de la infancia y la pasión por una ciudad de paisajes y calles altas, de suburbios que se quejan todo el tiempo por la falta de atención de la sociedad y el Estado. El mar, la lejanía, la melancolía y el abandono de nuevo. El arte de César es una constante, pero a la vez lo que quiere transmitir varía constantemente, quizá por eso es tan apreciable.

“Ahora vivo en el barrio Fuchs, pero hasta hace cuatro años atrás vivía en La Floresta, con mi vieja y mis hermanos. Después me junté con mi señora y nos fuimos a vivir juntos. Ahora, desde el Fuchs veo todo lo contrario, veo de abajo hacia arriba, hacia el lugar en donde crecí. Tengo la vista hacia el cementerio, a veces se mimetiza con las casas de arriba, es como un paisaje reflexivo, interesante de ver. El sentir es lo único verdadero que tenemos, creo que al final, la vida lo único verdadero que nos deja es eso, el sentir”.

En el Centro Cultural el ruido ya nos había envuelto. Hacíamos de cuenta que no escuchábamos el barullo que había alrededor..Creo que era una especie de pacto callado entre los dos.


Una gran obra

Entre sus obras no tiene favoritos, para él todos sus cuadros juntos forman una gran obra. “Todas mis pinturas forman un solo cuadro, una gran obra. Si pongo una al lado de la otra, me da la impresión de que se conectan entre sí. No hay una pintura que me guste más que otra. Hay una que se llama ‘Barrio y Supernova’, es un paisaje en bajada, hay unos riscos donde hay casas y un perro con un chico. Se llama así porque abajo, en el barrio, hay como un movimiento de luces en círculo, y es como que se origina una estrella. Hay otra que se llama ‘Hombre bebiendo en la luna’. Es un hombre que sale a un bar y se va a tomar algo en la cima de la luna, que supuestamente estaba muy cerca. Mientras tanto, debajo de la Luna hay un perro revisando una bolsa de basura, y el barrio se ve hacia abajo, siempre desde La Floresta”.

César agradece todo lo que el mundo del arte le dio: “me ha dado amigos y muchos buenos recuerdos, más buenos que malos. Al principio fue complicado, porque al ser artista joven sos resistido en muchos lugares, más al mostrar el barrio como lo muestro yo, puede resultar chocante. Yo eso lo entiendo, a la gente no le gusta del todo, pero es mi expresión artística. Uno quiere sentirse incluido, pero tampoco me molesta si no quieren hacerlo o no quieren que exponga.  El arte es algo de lo que no me voy a retirar nunca, la pintura me ha acompañado siempre, voy a pintar hasta el día en que me vaya. No me importa llegar a viejo y que la gente me reconozca en todas partes, pero sí quiero seguir siendo feliz al hacer esto, el día que no me haga feliz, buscaré otra cosa, hasta ahora no me pasó”. César mira el paisaje del barrio donde nació, esas calles y casas que lo configuran. Mira el barrio que pinta, el barrio que siente.

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